martes, 29 de enero de 2013

Shopinto

- ¿Shopinto? ¿Shopinto?
- ¿Querés que te cante "el gallo pinto"?
- Shí.
- "Eeeel gallo pinto se durmioooo..."
- ¿Shopinto papá?
- ¿Querés que papá te cante "el gallo pinto"?
- Shí.
- Bueno, llamalo entonces.
- ¡¡¡¡Shopintoooooo!!!!









miércoles, 23 de enero de 2013

Ella


Cuánto la adoraba. Cuantísimas horas –difíciles- de infancia pasé soñando ser ella. Pura, impecable, con perfume a ropa recién lavada o a jazmín, su límpido flequillito rubio perfectamente acomodado en diferentes peinados (que también rankeaban diferente para mí, porque no era lo mismo la colita de caballo que las hebillitas al costado del flequillo, o una onda más raya al medio) y el brillo inocente y pícaro de sus frescos ojitos, todo en ella denunciaba lo que yo no era, pero quería ser. Ella era para mí la imagen de la pureza, de la belleza, de lo superior. Supongo que si mis padres me hubieran hecho religiosa hubiera sentido eso por no sé, ponele, la Virgen; o por los angelitos, o por Dios. En mi casa eran marxistas leninistas y yo creía en ella. Pero ella con los vestidos acampanados (el rosa clarito combinado con la blusa blanca era mi preferido)  y el pelito lacio y corto; no ella al final, cuando se transformaba en algo para mí incomprensible, lleno de rulos y cuero y pantalones ajustados perdiendo toda el aura y que absurdamente parecía ser mejor a los ojos de todos los demás.

Tardes y tardes musicalizadas por la banda sonora reproducida a cassette, sentada  sola ante mi escritorio -pero sola no porque la tenía a ella- junto a la fotonovela que reproducía la película, copiando con mis 40 marcadores Staedtler mis fotos favoritas, esas en las que se la veía más pura, más chispeante, más bella. Tardes y tardes de mi vida eclipsada por su pollera acampanada y su sonrisa brillante. Mis ojos eran todo ella. 

Logré conseguir hasta un trajecito amarillo pálido parecido al que usaba cuando cantaba "Tell me more, tell me more". Peor me fue con el rudimentario corte de pelo que en la peluquería del barrio intentó emular la melenita con flequillo que a ella le quedaba tan bien.

Los años se la fueron llevando. La película pasó de ser casi inaccesible  (en el cine era prohibida para 14 y yo tenía 10, además tenía que conseguir quien me llevara a verla una y otra y otra vez más) a un objeto poseíble, un cassette de VHS que podía poner cuando quisiera, y claro, ya no quería. Después bajó aún más de categoría a película del cable a las dos de la mañana cuando a nadie le importaba nada. Hasta doblada la dieron. Mis amigas me regalaron el VHS y también el CD con la banda sonora, más como manifestación de profundo y arcaico conocimiento y cariño que por sospechar la inconfesable realidad de que de tanto en tanto lo escuché, como de tanto en tanto me quedé de dos a tres de la mañana mirando un cachito y cantando en voz baja, sólo para mí misma, cada una de las palabras de "Hopelessly devoted to you" y "You're the one that I want" que el día de hoy recuerdo de principio a fin. Hasta llegué a valorar el cambio en el final, y –adulta al fin- entendí que su transformación de corderita en loba feroz estaba buena para John Travolta. Ojo, igual para mí no.

Cuando mi hija nació dimos muchas vueltas para nombrarla. No queríamos hacerlo sin antes conocer su mirada, su forma, su energía. Aún así, tardamos bastante más en decidirnos hasta dar el veredicto final.

Cuando mi primo Gabriel, casi un hermano desde el principio de los tiempos (con lo bueno y con lo malo), se enteró del nombre elegido, largó una carcajada. “¡Le pusiste 'Olivia'!”.

Es verdad. 
A mi hija, le puse Olivia.







jueves, 17 de enero de 2013

El tiempo sin tiempo de Olivia Batia




A Olivia hay que saberla llevar.
Es decir, hay que saber dejarse llevar por ella.

Es muy difícil "hacerla" hacer nada. Ni siquiera que salude, o que dé un beso. Da besos, pocos, con una gran sonrisa y con ruido, como un gran regalo, cuando ella quiere; en general cuando se siente muy pero muy feliz. Les da besos a sus muñecos, a una colchoneta con la que se está divirtiendo mucho, a su primita Camila y a veces, muy afortunadamente, a mamá o a algún otro adulto. Saluda, pero cuando es ella quien quiere despedirse. "Tau papito" quiere decir "me voy a dormir con mamá", e incluye "tau silla, tau gatito, tau piso" y todo lo que vamos dejando atrás hasta llegar a la cama. También puede querer decir "dejame sola", "sacá esa canción" ("tau Batata": sacá la Reina Batata)  o "llevate eso". Mira algo y le dice "tau", moviendo su manito como el mejor entrenado de los bebés, pero ese algo puede ser el tío que acaba de llegar o una comida que no le gusta.

No acepta de ninguna manera que nadie le diga qué ser, mucho menos cómo ser. A Olivia hay que acompañarla a que sea.

Durante muchos meses me preocupé por cómo ser la mamá de Olivia. Pregunté, leí, investigué. Después la miré, y descubrí que para verla tenía que mirar con cuidado, sin ruido, concentrada. Sobre todo, tenía que tirar las expectativas  y el reloj a la basura. Si uno quiere ser con Olivia, el reloj tiene que ir a la basura.

Olivia pide ir a la hamaca, y en el camino hacia la hamaca hay mil estaciones emocionantes. Si uno se concentra en el objetivo aparente, se las pierde todas.

En el camino hacia la hamaca hay un pañal para cambiarse jugando a pegar y despegar tiritas y pasarse "olio", hay muchas remeras con perritos y gatitos y vestidos de colores para elegir en el placard, algunos menos lindos pero mucho más agradables de sentir en la piel que otros que quedan preciosos, hay olores, hay juguetes, hay cajones, hay cubiertos, hay música, hay ideas ("tatán": bailemos; "tetanoni": acostémonos un ratito a tomar la teta; "fasalda": leamos Mafalda), hay zapatos de mamá y remeras de papá para probarse, hay agua para nombrar y no tomar, hay una silla para treparse a una mesa llena de cosas para agarrar... El mundo está lleno de puertas que se abren hacia caminos inciertos, seguramente con destino en otras puertas más.

Háblenme de estimular a un chico mientras yo me pregunto a qué edad dejamos de sentir que el mundo era todo un gran estímulo en sí mismo. Pregúntenme quién tiene tanta paciencia y tanto tiempo a disposición, mientras yo me pregunto a mí misma si tengo realmente algo más importante que hacer en la vida que acompañar ese viaje de descubrimiento y construcción de un ser humano. Pero de verdad.

Eventualmente se terminará-o no- bajando a la hamaca, pero a quién le importa eso.
 A quién le importa, pudiendo vivir aunque sea un rato sumergida en el tiempo sin tiempo que es el mundo de Olivia Batia.







jueves, 3 de enero de 2013

Mate coqueso sushio


- ¿Mate coqueso? ¿Mate coqueso? ¿Mate coqueso?
- ¿No preferís arroz? Mirá que rico el arroz.
- ¿Mate coqueso? ¿Mate coqueso? ¿Mate coqueso?
- Está bien. Uf.

Me resigno. Corto tomate y queso. Le pongo un poco de sésamo, para que sea más nutritivo.

La niña toma un pedazo de queso y lo mira largamente. Largamente. Laaaaargamente.

Por fin se expresa, contrariada:
- Uuuuh... ¿qué pashó?
- Tiene sésamo. ¿Ves? Estas semillitas son sésamo.

Nueva pausa. La niña mira el queso laaaargamente. Finalmente me lo tiende, sentenciando:
- Sushio.

Fin.